En la otra casa yo vivía con mi mamá, mi papá y mis hermanas. Había un parque, un arenal y un cerro. Yo recuerdo todo como si fuera muy grande. Hace unos años regresé, y el barrio era más bien chico.
En la otra casa jugábamos baseball por las tardes. A veces le daba a la bola, a veces no. A media cuadra vivía Rocky, el perro. No era nuestro, pero yo lo adoraba. Tuvo que morderme dos veces para que aprendiera que no hay que acariciar a un perro mientras come.
En la otra casa había un árbol al que siempre nos subíamos y del que casi nunca me caía. Y había una casa abandonada. De ella inventábamos historias de fantasmas. A un niño se le atracó la cabeza en la ventana, por tratar de entrar.
En el tiempo de la otra casa, yo vivía esperando con miedo la guerra nuclear y pensaba que los terroristas eran ladrones con metralleta.
En la otra casa vivía La Loca. No quería a nadie. Una vez, casi atropella a Mariana. Nos prohibieron hablarle.
En la otra casa no teníamos teléfono y no nos importaba. Comíamos mango con las manos y jugábamos a que la pepa era el jabón, nos peleábamos por quién se sentaba en el sillón verde y no nos dejaban comer chicle.
En la otra casa leí mi primera palabra.
En la otra casa viví cinco años y mientras empacaba, lloré, sin saber bien qué estaba pasando.